sábado, 21 de julio de 2012

Fragmentos de una pesadilla - III



Cuando vengan ellos, no escuches a nadie ni hagas caso de nada; solo disparáles... vos solo disparáles ¿me entendiste? 
- Ahí justo vienen, Teniente. Vea sus cuerpos cómo se recortan en esa nube tan violácea. Mire bien ¡Mire bien! Son negro sobre el fondo del atardecer.
- Sí, ya veo. Como siempre no levantan polvo a ras de la tierra ni parecen tener prisa cuando bajan del cielo... ¿Cielo? Dios mío, qué digo, si ya no hay “Cielo” desde hace tiempo, ayer fue invento de cristianos, hoy lo que está ahí adelante solo es un espantoso color morado; y lo que serpentea abajo es nuestra sangre que se derrama de manera anticipada. No importa ya, vos solo disparáles.
- ¡Teniente! ¡Teniente! Dos nubes color turquesa se están cerrando sobre nosotros ¿qué hacemos?
- ¿Qué “qué hacemos”? ¡Rápido! Usen el casco y el traje antiácido y esperemos que llueva pronto y fuerte. Cuanto más rápido pase mejor ¡Soldado! Dígale a la Comandancia que la tropa ya está lista y que los Seres... esos seres del fango ya vienen. El ocaso se está completando, la tierra esta tomando su color noche y no tardarán en atacar.
En eso, recuerdo, entró el cura y empezó a rezar bendiciendo las cabezas de los soldados presentes cuando se vio interrumpido por una orden que le llegó desde atrás.
- ¡Pare de rezar! Todavía no tenemos muertos para andar pidiendo por sus almas.
- ¡Comandante! –contestó sorprendido.
- Las últimas luces todavía no se perdieron y mientras sigan existiendo vamos a seguir peleando, en éste y en todos los mundos. Ahora todos van a tomar sus armas y –dirigiéndose al cura- ¡Ud. también! Van a apuntar bien y no me van a desperdiciar ni un solo tiro, ni una sola bala. Manténgase atentos ¡ya!

No sé, esas cosas estaban ahí, ya no importaban cuántos venían ni qué eran, la orden ya estaba dada y sólo restaba esperar el momento temido: una nueva noche de batalla. Ninguno de nosotros sintió frío ni hambre ni dolor, amor y odio se nos conjugaban en una sola amalgama, y el segundo, el instante previo careció de temporalidad.

M.C.




El filo de una sonrisa. La gracia de una navaja. Un cuello, dos, tres...
Con cuanta inocencia.
Tan cruel como una rosa impasible, tiesa.
Un viento fresco bañó mi rostro en ese momento y un terrible sabor dulzón se me imaginó en la boca cuando los vi masticar.

M.C.




- Dan vueltas en el cielo, están descendiendo de a poco. Sólo esperan que les den la orden. Dios... Dios, solo me quedan tres balas: dos para ellos, una para mí; no pienso caer devorado hasta el alma. No pienso, no quiero, no...

- Tranquilo, hermano. Y tranquilizá a tu dios también. Recordá que su mejor arma es tu miedo y que tu mejor arma es tu seguridad, no les dejes resquicios. Serán muy temibles, serán demonios del aire y de la tierra, pero muy poco pueden hacer contra nosotros ya. Es cierto que lo peor todavía falta venir; y que contra ello solo podemos junto con todas las comandancias, eso me dijo la Jefa Berta y conociendo cómo es ella seguro que con las Comandancias unidas vamos a poder. Yo confío en que sea así.

- Temo porque en el otro reducto la batalla ya comenzó. Quieren que caiga la Comandancia 23 para desmoralizar al resto, para empezar a matarnos desde adentro. Pero tenés razón, no van a poder, solo hay que aguantar hasta que vengan los refuerzos, ellos van a venir.

M.C.




Pangraxio, si supieras, el frío otra vez. Cayendo la noche volví a ver aquellas cosas pardas volando bien alto, dando vueltas sin mostrarse demasiado ¿es que no se irán nunca? No importa, algo hemos aprendido durante toda esta guerra: no somos presa fácil y también ellos lo saben; ya no atacan con tanta facilidad, lo piensan dos veces. Algo de miedo nos deben tener, al último le llenamos el garguero de balas. Sin duda, en ese largo tiempo en que pestañean dos veces está nuestra esperanza. Ahora es nuestro valor el que se filtra en ese resquicio, respira. Ya llegará nuestro momento amigo... balas mediante.

M.C.




Parecía no moverse en la distancia. En esa llanura árida cualquier andar era cansino, casi un esfuerzo voluntarista. Solo portaba lo necesario: armas, comida y su voluntad. Ninguna justificación –aparentemente- lo mediaba. A veces nos resultaba molesta su presencia, otras nos era intrascendente.

Camino al Sur iba el renegado Cazador de esas cosas. Por lo menos él había logrado lo que el resto aún anhelaba: perderles el miedo.

Preguntarle “por qué” o “cómo” no resultaba muy pertinente, el cazador perdió el miedo a esos resoplidos pero, dicen, eso solo era una consecuencia inesperada de causas peores. El tormento de la dominación de estas Cosas era solo menor al que guardaba dentro de él.

No había envidias ni lástima entre nosotros en el trato que se le daba. Se le proveía de lo que pedía y se lo dejaba partir hacia su próximo destino.

¿Próximo? No, qué digo, “próximo” no. Es uno solo el destino para un despechado en la guerra, hasta que encuentre su batalla decisiva y arregle sus cuentas de una vez.

(...)

Tercera semana de su partida.

Nos llegaron noticias de una batalla sangrienta. Nadie sabe si eran solo unos pocos o miles pero seguro el renegado Cazador estuvo ahí. Se dice que descuartizó cuanto demonio se cruzó con él. Se cuenta que cuando todo acabó caminó exhausto y ahogó un grito desgarrador en la llanura hasta desmayarse.

Pero qué sentido tiene, este tipo no aprendió todavía que antes de disparar cada tiro debe saber qué quiere matar dentro suyo primero, qué victoria o qué derrota quiere arriesgar, sólo después tiene sentido abrir fuego, sino la guerra queda dentro de uno.

M.C.




Algo salió mal.

Todo parecía indicar que íbamos ganando. Algo no vimos, no entiendo qué se nos escapó. Emboscaron a varios comandantes, a otros los buscaron en sus refugios.

No dieron batallas abiertas. De pronto nos enfrentamos con el desgaste de nuestras fuerzas y la acidez, aquella acidez siempre punzante en el estómago. No puedo olvidar todavía ese dolor.

Fue de a poco, muy de a poco nos habían enfermado: cuerpos que languidecían, manos que temblaban por nada, noches de fiebre que se volvían cosa cotidiana. En el delirio de las madrugadas sobrevolaban las sombras más extrañas y perturbantes detrás de los sueños, detrás de los párpados cerrados. Así, cada gota de sudor febril que recorría nuestras frentes, que transpiraban nuestras mejillas, que se revolvía entre los cabellos, era una tarea más que quedaba pendiente, un desarme sin pausa de nuestras defensas, la pasividad forzada y el peligro acechante. No podíamos dejar que pasara eso, no debíamos, no queríamos, dependían muchas cosas de nuestras propias fuerzas, demasiadas, y nosotros la íbamos perdiendo cada vez más. Por nuestra seguridad no debíamos parar, redoblábamos esfuerzos, pero, en la cabeza, esa fiebre exasperante que daba vueltas como un líquido espeso no tenía pausa. La paciencia se acababa más rápido, las peleas entre nosotros comenzaban a ser más frecuentes, quisimos tomarlo como algo pasajero pero se había vuelto regla, primero arreció la indiferencia, luego ésta llevó al distanciamiento y más tarde continuó con las rispideces, con las contradicciones cada vez mayores. Un error cualquiera se volvía gigante, la desconfianza y el desconcierto finalmente ganaban.

Nos estaban carcomiendo desde adentro. Su primera andanada la estaban dando de esa manera. Era su batalla, dominaban este territorio.

No era otra cosa que un tormento premeditado ¿pero cómo?

Hoy ya somos pocos. Solo once comandancias resisten. Los próximos en su lista sin duda somos Berta y yo. No quedan muchas alternativas. Ya saben lo del espejo, ya saben de este mundo. Hoy supimos de su acecho en nuestros sueños: visitaron nuestros miedos.

No quedan dudas, dentro de poco pelearemos.

M.C.


- ¡Ey mi viejita! Te amo ¿estás lista?
- Sí, estoy lista. Tengo todo lo que me hace falta ¿y vos?
- Tenerte a vos es todo lo que me hace falta.
- No seas tontito, ya estamos viejos para eso.
- Dale, animate, dame la mano que este jovenzuelo tiene mucho para dar todavía.
- Voy a extrañar a Pangraxio y a todo el grupo.
- No te preocupes, hacemos esto para volverlos a ver.
- Vamos, vamos... siempre liero para partir, no sea que lleguen y nos encuentren.
- Ya va, ya va, dejame que anote algo más y vamos. Suspirito mío, crucemos el espejo de una vez, ya es hora de que podamos soñar despiertos.

M.C.

-     












*Fragmentos de una pesadilla - III de IV 

No hay comentarios: