jueves, 19 de diciembre de 2013

Deselectrizándome de vos


Aquí estoy, 
deselectrizándome de vos, 
ahuyentando estos volts, 
restringiendo la carga negativa y positiva, 
desempolvándome de todos tus electrones, 
barriendo los átomos, 
evitando el roce de la estática, 
borrando tus watts escritos en mi frente, 
esquivando este magnetismo que me envuelve y 
                                                           a la vez 
descubriendo esta actitud de dique que no puedo evitar, 
estas aguas que si contengo me desbordan, 
esta usina en mi interior que se mueve a tu paso 
y vuelta y vuelta tu energía me vuelve a generar.





miércoles, 11 de diciembre de 2013

Rosa de los vientos


En algunos casos la rosa de los vientos no es más que la rosa de las vías: 
el sol sale cuando me levanto mirando a Glew, 
el mediodía se despliega bajo tierra en el subterráneo D, 
y el atardecer es la última luz entre edificios viejos 
             de las calles Mitre o Rivadavia. 
En el ocaso de Constitución la luna y venus alinean durmientes. 
Un gallo color noche rota en el final sobre mí.






miércoles, 27 de noviembre de 2013

Romper las copas










Rompí mis días contra la chimenea como si fueran copas recién vividas.
Estrellé todo destino lacerante de mi suerte.


















domingo, 24 de noviembre de 2013

La tormenta de verano



Vaya uno a saber por qué algunas etapas de la vida son de una edad indefinida. Mi época de remo siempre fue para mí "a mis 16" por más que, en rigor, duró tres años: de los 15 recién cumplidos hasta alcanzar los 18.

Mirando hacia atrás, puedo ver que los que fueron años de ejercicios industriales, reiterados, alienantes y tediosos hasta el infinito -un déjà vu de Tiempos Modernos de Chaplin- paradójicamente fueron los años que más emociones de las buenas me dejaron.

Finalmente, cuando me tocó partir a una nueva etapa, llevaba conmigo al río y a los amigos, en todas mis historias, en la retina de mis ojos.

Mil veces, durante los años que siguieron, conté con cerveza, vino o un mate en mano tantas historias de regatas, personajes y aventuras que ya la gente creía que inventaba, que no fueron tres, sino 20 los años que estuve y que la bahía era un mar de tan grande, el río un escenario de Verne y el puerto una película de film noir. Pero yo no le agregaba ningún ápice, las historias eran así.

Yo tenía 16 más o menos y subía el río con mi compa de equipo, el del apellido más largo (Ooooorrrtiiiizzzzzz...), haciendo unos ejercicios en pleno verano. El día estaba soleado, primero, cambiante después, patético al final y nosotros nos cubríamos del viento cruzando a la orilla chaqueña. Tal vez fue así, tal vez fuimos al riacho a explorar, ya no sé. Hay sinos que no necesitan de una explicación exacta para llegar y darnos el presente. El destino nunca llega por camino directo.

Estábamos en eso, remando a contracorriente como siempre cuando en la vereda de enfrente, digo, la orilla de enfrente, donde el río daba vuelta hacia Corposana y había una arenera pudimos ver Sergio y yo (ese Ortiz) que algo no andaba bien río arriba: la arenera levantaba remolinos de arena por demás, el río, un espejo al lado nuestro, cambiaba de color en una línea muy definida y los pájaros y la gente huían espantados. Arriba de todo una nube negra hacía su entrada precipitada y nosotros del lado equivocado, en pleno chaco.

Qué sé yo, éramos chicos y no entendíamos e improvisamos soluciones como si fuéramos capitanes de transatlánticos o simples surfers de olas de treinta metros. Decidimos sobre nuestra marcha cruzar el río en diagonal, enfilando a la boca de la bahía y dedicarnos a surfear las olas de modo que no nos agarraran de costado y nos inundaran el bote. Planeamos con las palas, remamos lo más equilibrados posible y en algún momento, más antes que después de nuestras expectativas, llegamos a la orilla correcta, la de nuestra desgracia.

El río estaba bajo, la playa alta y nosotros no conocíamos solución alguna que no fuera entrar a la bahía. Y para la bahía faltaba más, y mucho, y nosotros estábamos todavía en cualquier parte. Cuando no nos quedaba más opción que doblar y ponernos en paralelo a la ribera pasó lo único que sabíamos que podía pasar, el oleaje empezó a pegarnos de costado y el agua saltaba entre sucia y espumosa sobre carritos, rieles, pies, dentro del bote para no irse más.

Nuestra desesperación iba creciendo como el agua que crecía en la embarcación, se llenaba cada vez más de angustia y cuando ya no daba para más y la certeza de que se rompía toda la fibra de vidrio, las maderitas de la estructura, nuestra esperanza de llegar a la bahía intactos, decidimos saltar al agua antes de que se parta en dos el bote.

Yo no conocía el río, debo admitirlo, yo no sabía cómo estaba cuando estaba bajo, y mi primera sensación al tirarme fue de que me iba a ir bien al fondo, que debía agarrarme fuerte a los montantes para que el agua no me llevara. No sé si nos despedimos o no para siempre con Sergio, mi cuate, pero sí sé que al caer al agua tocamos fondo muy rápido y el agua nos llegaba apenas por arriba de los pies.

Ingenuos, boludos, ignorantes, la playa era "playa" de verdad y no se iba en picada. Así fue que elegimos quedarnos aguantando el oleaje con el bote, sosteniéndolo como defensa contra toda esa agua que nos atacaba. Ya lo' perro' nos iban a salvar de alguna manera.

Como náufragos, fantaseábamos con Sergio todo lo que podía ocurrir de ahí en más, cuándo se enterarían de nuestra ausencia, de dónde estábamos, de qué dirían y... de la puteada de Lucho.

Kore, la-puteada-de-Lucho... ¿Mba'é "Júpiter Tronante" pikó? La-puteada-de-Lucho lo que echaba rayos y centellas.

Así fue que esperamos y esperamos pasando frío en pleno verano, entre toda esa agua agitada, ese viento fuerte pero sin lluvia, esa agresividad de la naturaleza que todavía nos reservaba una sorpresa más.

Creo, si la memoria no me falla, que fue Ciro o Severo quien nos encontró primero y el rescate fue por tierra. O tal vez vaciamos el bote e intentamos seguir remando. Tengo alguna imagen de que el bote dejó de andar, más bien bailaba para los costados y carecía de equilibrio alguno. Yo no sé si fue ahí mismo o fue después al llegar que nos dimos cuenta que la orza omanó, se fue, se ahogó. Nuestra gran estrategia de defendernos con el bote contra el oleaje hizo que nuestra orza cediera y se la llevara la corriente.

Kore: la-puteada-de-Lucho.

Hay momentos de la vida que uno lo tiene negado, tal vez no pasó nada, tal vez fue sólo un llamado de atención, tal vez fue el alivio de vernos sanos y salvos y hasta ahí llegó la historia. Pero no me voy a olvidar que después de nuestra primera gran tormenta volvimos averiados, naufragados, rescatados y con la certeza de que la naturaleza se nos había tatuado en los ojos.

Había sido nuestra primera tormenta de verano.




miércoles, 20 de noviembre de 2013

Siempre me fui



Temple Gardens - Paul Klee

Siempre me fui, nunca estuve ni llegué del todo. 
Toda la vida arribé a muchos puertos, muchas ciudades. Como si se trataran de personas intenté quererlas, le puse empeño pero nunca fui terminantemente digno ni amigable. 
Pretendí visitar sus rincones, las esquinas, sus curvas y calles perdidas pero finalmente nada de esto fue para mí, me creí turista sin haber salido ni conocido, fui extranjero, ajeno, visita.
Me abrieron las ciudades sus puertas, me entregaron sus llaves, fui invitado a ser ciudadano y llegué siempre tarde o a destiempo. Y las ceremonias se fueron terminando y las medallas y los pasaportes quedaron a otros.
Disfruté, sin embargo, de sus colores, sus ocasos, la tibia luz de sus faroles mirándome. Pero las ciudades nunca fueron mías, siempre fueron lejos, otras, distintas para mí que para el resto.
Yo busqué los caminos, las entradas, el albergue y el reparo pero todo fue un trámite rápido.
Las ciudades me dieron la venia del saludo, un holaquetal, y yo queriendo quedarme partí siempre tomando el rumbo incorrecto: queriendo llegar siempre me fui.
Y al darme cuenta, deshaciendo mis pasos, buscando volver, solo me encontré la puerta de mi vejez, perdido y de nuevo en el camino, desamarrado, sin ningún puerto.
Toda la vida eso, queriendo volver, volver, me fui, me fui perdiendo.






domingo, 17 de noviembre de 2013

Noche indefinida

Camino con ciprés bajo el cielo estrellado - Van Gogh



Un perro ladra en algún "lejos". 
Noche indefinida, ni clara ni brumosa. 

Los árboles, dicen, duermen de pie pero yo veo sus balanceos: 
                                     entre sombras tararean vientos.










domingo, 10 de noviembre de 2013

Vaya uno a saber



Avenida de los álamos - Vincent Van Gogh


Vaya uno a saber si es el viento o es la noche que pasa en sentido inverso.
Algo mueve las hojas del álamo, levantan vuelo 
y sobre su lado de plata me llevan en remolino, 
                                                       me voy sin oponer esfuerzo. 
Es como un aire chiquito, un suspiro que pega en la cara, 
como si exhalar fuera exclusivo de pequeños pechos. 
Vaya uno a saber si soy yo el que sube,                  revuelto, 
o es el color de la noche que cae sobre mí 
                       y el mundo en sentido inverso. 












jueves, 7 de noviembre de 2013

A veces la lluvia




A veces, cuando la lluvia se aparece
de a ratos nos cubre de noche,
de a ratos nos rodea,
de a poco nos abraza,
nos arrulla al oído,
pinta nuestras líneas
y moja nuestros labios.
A veces la lluvia
                    a alguien se nos parece.



















lunes, 23 de septiembre de 2013

Yo porto mis cicatrices

By Eiti Leda (*)

yo porto mis cicatrices del lado equivocado 
                                     y las llevo donde no voy
diestro nací pero zurdo quedé siempre herido
en la frente encuentro las marcas de poner el cuerpo
mis ideas encallan en los pies
en la boca, mi corazón cicatriza todos los días
en cada suspiro, con cada ay de dolor
respiro profundo por las venas
y mis poros exhalan las palabras que llevo en silencio
parado aquí, frente a vos
soy física, materialmente
los sueños, las pesadillas, que nadie soñó
no estoy quieto ni estático, bonita
sólo remo a contracorriente
y a flote, a vela, a viento en popa
estás vos. 































(*) Gracias por la mano que me diste Eiti.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Gotas de carbón




Llueven oscuridades en gotas de carbón, 
retumban mis techos. 
Ventanas de hollín, 
ráfagas 
silbidos, 
nubes que estallan. 
No hay chispas ni fuegos 
                     en este cielo, 
sólo rayos negros. 
De un vórtice, un agujero, 
          de tanta materia oscura, 
en este poco pecho
 me abrigo yo. 


















viernes, 6 de septiembre de 2013






Un camalotal de soles flota y crece en mis ojos.
Aguas de primavera.
Bajan, inundan ya.





























miércoles, 4 de septiembre de 2013

El tren más grotesco


La muchacha del Circo (1999) - Rodolfo Medina

   El tren se empeña en parecer lo más grotesco de un circo. 
   Así tenemos al sin patas que, sentado sobre un buffle procede al karaoke con la mejor impostación (su fiel asistente empuja el aparato musical cual carrito de discapacitados).
   Un sordomudo entra a los gritos pronunciando nada y agitando en nuestras caras un gran vaso con monedas.
   Un gordo de remera y pullover cortos exhibe el ombligo más gigante del mundo mientras vende los clásicos enganchados del amor con Sandro, Nícola di Bari y María Marta Serra Lima haciéndole el coro.
   La ciega cantautora de folclore, enana por cierto, compite a los gritos con el hombre mini componente, el cual corre con ventaja de volumen llenando hasta tres vagones de cumbia y salameros reggaetones.

   Una embarazada malabarista y tres hijos equilibristas no logran conmover a nadie y entre cambio de vías, frenadas y aceleres, hacen sus mejores piruetas agarrados de un solo pasamanos roto. 
   En la magia de Temperley las puertas se abren como telón y un enroque de personas demuestra que donde había uno muy apretado entran seis más. La muchedumbre, la muchachada y la punguería seguirían pujando por entrar pero el tren cierra las puertas: la función debe continuar.
   El público como siempre, cabizbajo y meditabundo, raramente aplaude. Sin embargo, payasos que opinan de todo y por todos nunca faltan
   Al final del recorrido, en la estación principal, unos corren y otros simplemente escapan. 
   En la despedida, tintineos de silencios quedan por todo ¡turuntumtúm plishhh! final.
   Nueva gente entra, se agolpa, un hombre-dragón abre la boca y la función vuelve a empezar. 




sábado, 17 de agosto de 2013

Los subterráneos



Uno conoce las vías subterráneas 
como se conocen los ríos pequeños 
y pedregosos: 
                                        precipitados, 
                              sonoros, 
                                       llenos de curvas y 
                                   contracurvas.

Subidos a este barco 
viboreamos 
                                                        kilómetros 
en aguas de hierro y durmientes, 
metidos en un follaje inmóvil 
de piedra 
y claroscuro.
Bajo nuestros pies 
los monos aúllan chirridos de metal. 
En breve, afloraremos

como agua u hormigas 
para inundarlo todo 
o ser devorados. 























viernes, 9 de agosto de 2013

Que me lleve la bruma






Que me lleve la bruma
que me desarme
me disipe 
me refracte entre las luces 
que me haga invisible en la distancia 
me vuelva incorpóreo 
unos pasos viniendo
un susurro
un chapoteo.
Que me lleve en su fresco 

                  que me haga fugaz.


















lunes, 5 de agosto de 2013

Es agreste



Es agreste el agua  
duele en el garguero, duele en la piel. 
En cada remanso un respiro 
       y también el esfuerzo de atajar la corriente.
Es agreste al músculo, a la mirada, al refugio 

y a la brisa. 
En el rostro, la frescura se evapora.
En la sangre quema. 
Y así -agreste- se inyecta en nuestros ojos 
y aguarda envuelta, 
             ovillándose 
en incansables remolinos. 











domingo, 28 de julio de 2013











Los raudales de Asunción emigraron conmigo.
Llevo uno siempre, atado a los pies.


































viernes, 10 de mayo de 2013

Y cuando se acaben

Vladimir Volegov - 1957

Y cuando se acaben los ruidos en tu cabeza, 
cuando deje de funcionar el vértigo, 
y tus ojos sólo miren fijo, 
descansados, 
hacia un agua remota, 
cuando tus manos se dejen estar sobre la falda, 
tu cuerpo se relaje 
y tu respiración sea profunda, leve, 
con tus hombros desnudos,
tus piernas blancas, estiradas, cómodas,
y suspires por nada
mientras todo tu cuerpo desee la lluvia fresca de un respiro,
de un aire ajeno pero conocido,
cuando veas que ya está,
que vale la pena no esperar más,
que la tarde decae,
voy a llegar como noche lenta a tu mirada,
y me meteré en tu boca,
y me haré viento entre tu ropa
y seré tu remolino.





jueves, 2 de mayo de 2013

La botella vacía




Balcarce al 400.
La puerta de doble hoja, la escalera alta a la segunda planta, el edificio de principios del siglo XX, las oficinas arriba, la nuestra al fondo.
Día viernes, fin de año, la cabeza que me explota de resaca.
Labores normales: recibir las revistas, subirlas al depósito, cómics 
de estreno, alguna cobranza cerca, comprar almuerzo en la pizzería de la otra cuadra.
Una baja, faltó el vendedor.
La pausa a las dos, el calor un despropósito, la mitad del edificio en obra, me agarro unas porciones, el asiento un tablón del patio, dos más conmigo y una conversación que no termino de escuchar ni entender.
La cabeza me retumba, cierro los ojos y a mi costado, al abrirlos, la última botella de la noche anterior.
Esa botella de vino.
La observo y veo, veo en el vidrio la noche anterior.
Que el asado lo hacía el que primero terminaba, que la despedida del año era ésa por más noviembre reciente que corría, que no éramos pocos, que estábamos todos, que el tablón, que los caballetes, que la carne muy buena y la compró el gerente de ventas (vaya sobrenombre para un entrenador de avivadas) y que el carbón no estaba, no había, que se arregle uno con los maderos de la obra, ahumado dirían algunos, la especialité de la casa dirían los originales de siempre.
Mi pizza avanzaba lenta en la boca, mis ojos divagaban en otro lado, la cabeza de costado hacia abajo y la botella ahí, medio escondida todavía, alguna gota de vino aún y mi mente que se encendía con su imagen reflejada de anoche.
Destellaba la hora del asado, como primero en quedar libre pasé a los cuarteles del fondo a hacer el fuego: "responsable de la comida", dijeron. Mi primer asado a cargo. Inventé un método para quedar como original, le tiré cerveza y hablé largo de lo mucho que se usaba ese método en mi país para que la carne saliera tierna. Me serví un primer vaso de vino, a la manera de los asaderos de mi casa, y le di vuelta y vuelta a la carne hasta marearla. Vuelta y vuelta al vino.
El jefe uruguayo que miraba con desconfianza, el parquet muy cerca de mi fuego.
El mostachol del otro jefe que dirigía la puesta de la mesa. Y yo que le seguía dando al vino con el estómago vacío.
El corcho diurno de la botella descansaba a un paso, mi memoria que sonreía, mi sonrisa que desmemoriaba, los comensales nocturnos que se sentaban a la mesa y charlaban, charlaban,  tomaban.
Linda noche, luna invitada, serví a todos y cuando ya corría el segundo plato decidí sentarme a comer. El vendedor necesitaba un par y un asiento libre se ofrecía justo a su lado. Sonrisa socarrona a la noche, sonrisa socarrona de costado hoy día, la mochila del vendedor junto al asiento y el guiño de tener una botella (de las buenas) encanutada.
Mirada cómplice, gestos de disimulo, conversación entretenida haciendo como si nada.
La velada no fue larga pero sí divertida, a las doce-treinta un jefe que dice "vamos" y la mesa que se empieza a levantar. Risas tontas, fáciles, por nada. Varios que hacemos chistes y que seguimos ahí, sentados, queriendo seguir la noche. Alegría beoda y traicionera, me pongo de pie y el mundo me da vueltas, el vendedor se levanta y se vuelve a sentar, se levanta y se ataja del respaldo, mareo evidente, boca pastosa, palabras poco masticadas que salen en cámara lenta culpando a que "algo" en la comida "nos" cayó mal.
Sentado en mi tablón con grasa de pizza me agacho a observar la botella, ni siquiera me había fijado la etiqueta con tal de que no se note su presencia, mucho menos la ausencia.
"Paraguayo tenía que ser", resuena en mi cabeza. Me río sólo, estiro el pie y la botella rueda hasta mí. Los otros que siguen su charla calurosa y mi mirada puesta en las cenizas de anoche.
El parquet ardió muy bien, el asado salió perfecto.
Mi primera vez como asadero inmigrante, cumplí con lo esperado.





martes, 30 de abril de 2013

Una noche tinta






Una noche tinta
 una estrella descorchada 
un beso copa 
mi chica brisa.
Y el pecho abierto,
derramado.  






martes, 16 de abril de 2013

Un giro blanco










Un giro blanco,
una vida anular entre cuadraturas,
un accidente en circunferencia,
una excepción en cielo plano,
una disonancia sobre ángulos rectos,
una atrapasueños,
y la regla de la luna sobre unos edificios
                                              en reverso.




















viernes, 12 de abril de 2013

Piedritas al agua

Elena Kalis


En el estanque 
   transparente de mis ojos: 
        tu imagen cayó espejada.
Fuiste un parpadeo, una piedrita al agua, 
            y rompiste
 circular en mi cuerpo.



domingo, 7 de abril de 2013

El viento es una hoja de papel




El viento es una hoja de papel 
agujereado de tren 
salpicado de hojas 
pincelado por árboles curvos 
mordido por motosierras 
manchado de gritos
Los cuerpos quietos dejan tajos como estelas 
rasgan colores audibles
son piedras en su correntada
destellan murmullos y silbidos
generan brechas y formas
bosquejan ausencias
El viento es esa hoja en blanco
que en la mano
dobla, pasa
              y arremolina

lunes, 1 de abril de 2013

Llueve tanto

          Lluvia sobre el techo de zinc (Florencia Chihigaren)



Llueve tanto.
Desde afuera y desde adentro.
Un raudal de mí puede inundar tu cielo.
Bajo esta piel no me alcanzan los techos.

El agua empieza a subir. 

sábado, 16 de febrero de 2013

En lo oscuro

Corral de locos - Goya

No era tan tarde, ni estaba muy oscuro. 
Yo sabía que esos techos eran Barracas y que en la arboleda ahí al fondo, en lo frondoso de esa mancha oscura de la ciudad, guardaban la sin razón. 
Desde la ventana de mi departamento yo era una luz más mirando los tinglados y las ventanas altas y antiguas de los conventillos: talleres, galpones, lugares de trabajo y vida de familias y solitarios en un mismo predio hacían una intimidad de laburantes, en mosaico de farolitos, alumbrando alguna mesa con vida al dente. 
Entre las decenas de luces de esas pocas vidas y la arboleda grande del manicomio había sólo una calle de por medio y un murallón bien alto, y en la vereda los primeros árboles, grandes, anudados al suelo, enredando raíces y ramas entre ellos. Por alguna razón (nada parecía azar) el bosque estaba a mayor altura que la calle y la calle de a momentos se hundía todavía más en un barranco que separaba a la vegetación espesa, de un lado, de los edificios viejos, las vidas gastadas y las escenas de ausentes anudados a una mesa, del otro. 
Una jerarquía indecible había en toda esa geografía, noche a noche me quedaba en silencio observando lo oscuro, las pocas luces, la presunción de vida. Un silencio a humo, a tabaco puro, siempre rodeaba mis pensamientos y mi vista se desteñía en los árboles añosos de la vereda, ángeles custodios, barrera de coral verde, oscura contención de los desbordes de un mundo frente al otro. 
Ocurría cada medianoche de lluvia, alguna vez lo vi sin pretenderlo, en la calle, apurado por el agua, corrí todavía más por el miedo cuando terminó de pasar. Nadie sale en horas así, con el cielo cayendo y la tierra que se va volviendo agua y el asfalto que transmuta en lecho de río y los pies en guijarros despeñados.
El agua de lluvia ablanda, desenreda y trastoca los contenidos, algo va de un lado al otro y de lo otro a uno: los nudos añosos bajo la lluvia dejaron espacios libres, se soltaron y el cerco natural de la vereda dejó así la puerta abierta para que ocurra. 
En el chapoteo, los refucilos y el apuro, el agua entre los pies había empezado a cobrar otro brillo, un color distinto, refulgente, no parejo y contra corriente, contra las inclinaciones o con ellas, avanzaba cayendo desde el bosque hasta las veredas, hacia las medianeras, debajo de las puertas. Se metía en las alcantarillas iluminando los contornos, trasvasaba el plomo viejo de los caños del agua potable hasta derramarse en las canillas de los edificios antiguos. Un hilo primero y luego las madejas que de salto en salto se formaban, desbordaban desde la altura del bosque. El desenredo de árboles de la vereda sin contención no las absorbía, no las paraba. Con cada ramificación de rayos en el cielo que se desplegaba el color refulgente era más intenso, luminoso y luego denso y opaco. Subía por las grietas de las paredes -savia y clorofila mineral- diseñaba formas irreverentes, imposibles, provocaba adjetivos que no cuadraban en el entendimiento: se ramificaban y se enredaban como echando raíces pero era agua, luminosa, refulgente pero agua. 
Todo ocurría frente a mí pero el agua no me tocaba, yo era oscuro, una mancha, y alrededor, en movimiento, todo refulgente y en las casas, los conventillos, los edificios antiguos de puertas altas y escaleras empinadas las vidas acurrucadas bebían el agua bajo luz artificial, mimetizada su vida a contracorriente en vasos oscuros que llenaban, que nadie miraba. Y bebían, y volvían a tomar y una borrachera se apoderaba de ellos y sonreían pero no, llevaban una mueca, un gesto en la boca indescriptible y una luz refulgente en los ojos, y la tormenta era más fuerte, y los rayos más arbóreos y mi oscuridad mayor. 
Luego empezaban a salir a la calle, y la gente a mí no me veía o no me quería, y caían en madejas, hiladas por la misma mirada y se desataban, y todo parecía un baile en contrasentido, despeñados por las escaleras, y ellos mismos parecían agua dibujando articulaciones imposibles con el cuerpo, provocando categorías en mi subjetividad que no podría aplicarlas, pero estaban ahí, se movían, dibujaban rostros en la boca como si sonrieran, despedazaban sus ropas y algunos nadaban sobre el río refulgente y otros sólo gritaban. A mi alrededor pululaban las familias, y a los solitarios la soledad se les iba y hablaban laberintos de palabras incontenibles. Algunos parecían sentarse a leer sobre la nada, hojeando aire y un gesto de disfrute, los chicos alrededor jugaban juegos de volteretas y caían, se golpeaban, se levantaban, lloraban y reían luego de una manera que estremecía.
La tormenta no paraba, se hacía más fuerte y los viejos corrían o hacían el amor con otras viejas o viejos. Y los más jóvenes corrían o hacían el amor todos juntos, en pareja o en solitario. Y el agua refulgía entre ellos y refulgían los ojos y refulgían los espermas derramados y las sonrisas y luego todos se volvían opacos cuando paraban los rayos y la calle se ablandaba como agua, como arroyo o río y corría con fuerza en la inclinación del terreno y en partes en contra y yo seguía paralizado y oscuro, aterrorizado. 
Pero lo fuerte de la tormenta empezó a amainar y la lluvia empezó a ser plácida, crujiente sobre el río de la calle, y la gente empezó a amainar y los cuerpos volvieron a ser crujientes, perdiendo esa elasticidad incoherente e hilada por los ojos. Algunos se levantaban como despertándose de un largo sueño, otros se arrodillaban exhaustos, los más empezaban a andar o desandar la lluvia y volvían sobre su cauce.
Y yo esperé a que todos me dieran la espalda y que estuvieran lejos y que el agua fuera normal y la lluvia una llovizna ínfima, y corrí, corrí, corrí, subiendo las pendientes, atravesando plazas, avenidas, cruzando bajo la autopista, siempre buscando lo más arriba posible. Y la ciudad se volvía plana, casi sin pendientes a medida que avanzaba, pero yo corría, escapaba, temblaba sobre las veredas. Y así pasé la noche lo más lejos posible, con luz, café, en un bar y desconfié del cielo, de las nubes y de las murallas altas con arboleda enfrente. 
No sé por qué volví. 
Con los días, a contrapelo del miedo, deshice mis pasos.
Volví de día y me encerré, y me ubiqué en mi ventana y observé cada día que pasó, cada tarde que se apagaba, las noches apenas encendidas.
Mi departamento, la altura del edificio barranco arriba, el juego de desniveles del terreno, me permitían una panorámica amplia del bosque y los conventillos. 
Ya hace tiempo que estoy aquí, y entre el humo de mi tabaco negro, la nube de tormenta que se cierne, los farolitos que se van apagando ahí delante, toda esa oscuridad que crece, mis ganas de contar y contar esta historia se van volviendo incontenibles.
Tengo tanta sed.