miércoles, 29 de febrero de 2012

En los bares del puerto de Asunción

Playa Montevideo - Puerto de Asunción


     En los bares del puerto de Asunción unos hombres comparten el noticiero en la calle viendo sangre y tiros, una moza se sirve un vaso de cerveza, una puta obesa se arregla el único rulo y estira otro chopp, los frentes negros de hollín olvidan historias de mejores épocas y un borracho es tirado a una lanchita de playa Montevideo que, lenta, parte rompiendo el agua.
     La boca negra de la bahía pinta sus labios con haz de luces, las escenas se dibujan en ella.
     No son escuerzos los que cantan, es la ciudad y tiene voz de agua. 



sábado, 25 de febrero de 2012








                          No es lluvia

                                  es el río:






                     va dejando rastros en su vuelo.




























viernes, 24 de febrero de 2012

Demasiados

En memoria 
de la tragedia del Once



Demasiados pensamientos apretadamente vulnerables 
                                                  y un tren.
Un largo gusano de deficiencias.

La desgracia 
     llega en soledades.





miércoles, 22 de febrero de 2012

Partes



Somos sólo flujos rojos en el cerebro de un gigante. 
Destello y sinapsis.
Mientras la ciudad piensa

  algo nos devora.











viernes, 17 de febrero de 2012

Una ventana es infinita



Una ventana es infinita.
Ella es cielo
calle
tilo frondoso
ladrido de perro.
Muchos hilos nocturnos 

                     entran por ella
bordan
   y surcen mis sueños
escenas incomprensibles
se inflan y desinflan
            como medusas.
Una hojarazca verde
   canta en silencio
la brisa.



viernes, 10 de febrero de 2012

Hecho de aguacero



Hecho de aguacero
de tardes calurosas
viajante de nubarrones grises
agito 

  la copa de los árboles
brindo raudales
abrazo remolinos.


Cuando ya todo pase
en la tierra mojada
          con el viento
seré sólo recuerdo.








domingo, 5 de febrero de 2012

La tormenta de Santa Rosa


    Ocurrió una noche incómoda de agosto cuando la tormenta de Santa Rosa descargaba árboles y techos sobre el asfalto. No se sabe si fue efecto del insoportable calor previo, de las piedras hirientes que cayeron después, o de algún absurdo designio apocalíptico de una santa atormentada. Sí está claro que durante una hora algo no corrió normal sobre las vías: en el tramo entre Gerli y Remedios de Escalada los trenes no pasaron por Lanús.
    Fueron varias formaciones que en su recorrido obligado, bajo la oscura lluvia, dejaron de pasar. Durante la hora 19 ninguno llegó, las barreras siguieron sin sonar ni cerrarse. En el entramado espacio-temporal fue como si algunos hilos o vías, se corrieron, se curvaron y sin romperse, rodearon nuestros sentidos esquivándolos.
    Con la llegada de la ausencia una nueva barrera indeseada de miedo empezó a bajar sobre el tren del sur.
    Las autoridades preocupadas hicieron el sumario correspondiente pero lo sorprendente de los testigos presenciales fue que en empleados y pasajeros de 
Gerli y Escalada no había contradicción: los de una estación los vieron partir, los de la otra los vieron llegar, ambos recibieron trenes del otro. Tan sólo no tenía conexión el relato global, los de Lanús esperaron y esperaron y jamás apareció tren alguno durante 59 minutos. Un sólo detalle podría haber llamado la atención, en cualquiera de sus dos estaciones lindantes los trenes llegaron con 1 y 3 minutos de atraso. En contraste, la puntualidad arribó inesperadamente a todas las demás. Sobre los durmientes del tren del sur lo coherente ya no transitaba, sin embargo, la costumbre de la impuntualidad hizo invisible el hecho y su contradicción. 
    Se creyó primero en sabotaje pero esta hipótesis fue descartada por lo ridículo de sabotear en un tren a sólo algunos pasajeros de una sóla estación. No había desvíos que rodearan Lanús, las vías eran únicas, y las frecuencias no mermaron: los pasajeros de las posteriores Banfield, Lomas, Mármol o Adrogué, siguieron su rutina como siempre, bajaron y subieron ignorando los rayos a su alrededor. Esto debía dar escalofríos, los de Lanús ya no estaban: todo el que viajó con alguien de ahí juraba por su madre y sus hijos que lo había despedido cuando se disponían a bajar, que no había alcahuetería alguna, pero ese día, a esa hora, ninguno llegó a destino en la ciudad granate en el momento santo de las piedras. Esos trenes, sin entenderse cómo, habían transitado las vías de lo imposible.
    La locomotora de Caronte parecía estar haciendo maniobras en esta playa.
    Se esperaron pedidos de rescate, amenazas terroristas, signos de sangre y psicosis y no faltó quién atribuyó a la ineficiencia del Estado, propietario de los trenes, la razón de ser de tremenda pérdida horario-poblacional.
    Pasaron los días, hubo revuelo en la prensa, algunos gerentes desaforados propusieron descontar una fracción del presentismo a los ferroviarios pero, para suerte de éstos, el alivio pitó a lo lejos y empezó a ganar terreno cuando los lanusenses -traspapelados en esos vagones- comenzaron a llegar a sus casas. Esta vez la perorata de los truenos precedió a los relámpagos y en un carguero de explicaciones arribaron los mejores refucilos posibles.
    Todos argumentaron lo mismo: que se quedaron dormidos y se despertaron justo en la depresiva estación, que se bajaron como siempre regurcitados por la marea humana, que salieron escupidos a los empujones del andén y no se fijaron en la hora. Pero no podían explicar por qué ¡por qué! llegaron con el transcurso de los días y, cada uno o una, en un tren y horario distinto. Ninguno pudo decir algo coherente de qué les había pasado en esa hora apedreada por la mediadora de Dios, cada vez menos Rosa, cada vez menos Santa.
    Pero el traqueteo de la banalidad hizo su aparición entonces.
    Los de Banfield, hinchas del Taladro, comenzaron a acusar a los de Lanús, hinchas del Granate, que era toda una vil estrategia propagandista para ganar más socios. En todo caso, contestaron estos, el agujero de pasajeros fue un ardid taladrense de pura envidia porque -hasta ese momento- nunca fueron campeones y ellos por fin sí en 100 años.
    Los arrebatadores de Gerli, como títeres sin hilos que cobran vida al unísono, se pasaron aclarando que ellos siempre arrebataron cosas, cadenitas, carteras, pero no gente entera, mucho menos selectivamente de Lanús, ni que decir una formación completa, que no hay manera de saber de dónde es cada quién y menos a las corridas. Y la policía, acostumbrada a ver desaparecidos, prefirió creerles y los dejó seguir trabajando tranquilos.
    La normalidad se había alterado, lo razonable sabía amargo, pero la edulcorada vida cotidiana terminó siendo más fuerte. Al tiempo ya nadie comentaba sobre el caso y en cada familia lanusense de la hora de Santa Rosa, los dichos de bienvenida y alivio fueron perdiendo terreno frente a la desconfianza y la sospecha de una doble vida, humo y ruido mucho más conocido por ellos.
    Y aunque en esos casos, a los pobres que llegaron tarde les llovieron otras piedras, poco a poco lo extraño fue encarrilado en las vías de los pretextos esperables, la frecuencia de los lugares comunes se compuso y un hecho, insólito e inquietante, desapareció sin gloria entre el gentío apresurado de la cabecera Estación Rutina.

sábado, 4 de febrero de 2012

Duele torrencialmente

Duele torrencialmente
y no me alcanzan todos los soles
para abrirme un alivio
Duele a raudales
sucio, marrón, en plano inclinado
llevándose mis partes
Me inundo de esta pena
me lleva el agua turbia
la alegría que era limpia
Duele a cántaros
en gotas gruesas
con alma pesada
Duele desde bien alto
en caída
en Colón, Perú
o desde alguna esquina de Azara
Me duele en todas las calles
desde las colinas
hasta la bahía
Y aunque despeje este dolor
y al lado mío
todo sea vaho, calor
Me sigue doliendo un río
a donde van todas mis penas
en el peñón que dobla
y el agua zarpa
Me duele torrencialmente
una amiga
su partida.

jueves, 2 de febrero de 2012

Llueve


by Michael Flohr



Llueve
Entre las gotas caen silencios
Mi calle se empapa de tu ausencia
el cielo negro despeja
y a mi alrededor 
         han caído vacíos como piedras.