miércoles, 30 de mayo de 2012

En la noche sin estrellas




En la noche sin estrellas que contiene la cuadra, 
en la cuadra oscura que contiene al tilo, 
en el tilo negro que envuelve su sombra sobre la casa, 
en la casa apagada que guarda los ojos, 
en los ojos cerrados, 
sin estrellas, 
oscuros, 
negros, 
apagados, 
se guarda una noche... de un lado, 
y un brillo se guarda en el otro. 
El primero en abrirse
             apagará o encenderá al resto 
y todo volverá a guardarse de nuevo.
Vos 

¿En qué lado caerás?



martes, 29 de mayo de 2012

Una casa se pliega





En su noche una casa se pliega sobre sí misma, se arropa en silencios, acomoda las tejas, estira sus vigas, alinea paredes y, dispuesta ya a descansar, se tira al pasto boca arriba.
Al cerrar los ojos, escucha: 
del cielo
                             un rayo cae
la luna gira,

gira 
      y musicaliza. 





























jueves, 24 de mayo de 2012

Las botitas de lluvia

 No me gusta mucho hablar de mi infancia y las lluvias cuando se avecinan me producen ansiedad.
  Solíamos verla jugar en la ventana todos los días, no salía o no la dejaban salir a pesar de que en la cuadra éramos un grupo importante jugando en la vereda durante las tardes, daba para niña de bucles linda y agradable pero algo no cuadraba en esa permanente muestra de ternura con rejas.
  Evitaría hablar de ella pero, cada noche, alguna imagen suya me vuelve y controlo con temor los zapatos al costado de la cama luego de despertar tembloroso.
  Algunos chicos decían que estaba loca y le tiraban globitos de agua por la ventana en los días de carnaval, otros afirmaban que tenía una extraña enfermedad contagiosa y no faltaban los que al pasar corriendo le gritaban “¡bruja!” o fantaseaban con monstruos vigilantes agazapados. Decir que ella, desde su ventana, les vociferaba groserías sin respiro una tras otra, como yegua desbocada sería poco. Pero a mí, más que la respuesta con enojo, me preocupaba esa voz aguda, estridente, fuera del timbre humano habitual que largaba cuando algo no era de su gusto.
  Un día, una pelotita que voló por demás al interior de su cuarto me acercó a ella; la devolvió con un saludo y una sonrisa y no me pareció mala, intrigado por la familiaridad me fui haciendo amigo de su ventana, a un metro de la muralla los barrotes de su vista a la calle no le impedían charlar conmigo. Decía sufrir mucho el calor y amar la lluvia y las planicies extensas y atiborradas de chaparrales y grandes fieras y yo le contaba del raudal de la esquina que crucé tantas veces "y no me hizo nada". Otro día volví a pasar, así como al siguiente y luego tantos más y las siestas se nos hicieron cortas entre charlas, relatos y risas compartidas.
  Pero ella no salía, ni explicaba.
  Nada habría cambiado y hubiéramos seguido solamente charlando y charlando si aquella tormenta tan grande no se precipitaba. Habitualmente, cuando todo el mundo no salía yo solía escaparme a jugar a la lluvia y desafiar a las aguas en torrentes. Esa vez tuve la mala idea de querer congraciarme y me acerqué a su reja invitándola a los gritos bajo toda esa agua. Ella abrió la ventana, miró, sonrió y para mi desgracia, aceptó: “voy”, me dijo.
  Y, mientras el agua galopaba, ella inundó de terror mi vista con sus botitas de lluvia desbordadas: la izquierda, la derecha y cada una de las que se fue calzando atrás.

martes, 22 de mayo de 2012

Cierra el bar


Que el fuego descanse hasta mañana.
Que guarden los caldos.
Que los músicos vayan de serenatas.
Que se corran a la plaza los enamorados.
Que echen a los borrachos.
Que cierren las ventanas.

Que la noche salga a caminar.
Que vuelva el silencio de tu ausencia.
Que el grillo tararee.
Es tarde 

           y con tus ojos
    cierra el bar. 

sábado, 5 de mayo de 2012

El comercio porteño de locas

   En Buenos Aires se comercian locas. 
   Bueno, locos también hay pero no cotizan.
   Se las puede ver en la calle, deambulando con los ojos oscuros, dispares, buscándote la mirada para descargar sus desvaríos. Te los regalan al pasar mientras caminan, uno cree que erráticas pero en verdad con rumbo fijo, determinado, el mismo de la anterior vez, repetido hasta la obsesividad.
   Yo creo saber dónde las guardan, empastilladas, desprolijas y hasta seguro, con mal olor. Suelen ser departamentos de edificios como columbarios, pajareras sin vuelo de gran estructura prolífica en monoambientes, exhibicionismo de soledades y estudiantes haciendo su primera independencia.
   También las hay en PH y metidas en los barrios de casas bajas, en algún viejo chalet de hace 40 años, pero éstas solo valen de reserva en caso de faltante.
   Nunca entendí el rédito que pueden sacar con ellas, algunos pretenden venderlas como sibilas para develar (ocultar) grandes verdades; otros como entretenimiento del más barato y perverso; pero los más, bajo el manto de la buena obra y la caridad, las venden para cuidar ancianas derruidas bajo la figura de la nieta, la sobrina o la hija castrada.
   Yo las esquivo, no me gustan, se te pegan e interpelan, preguntan y opinan de todo, desde la política de los gobernantes hasta el estado del tiempo y el mal servicio de los colectivos. Empiezan hablando de “Este país…” y terminan contra su interlocutor, despotrican todo pero mezclando idiomas, al punto que sus verdades son mentiras mal traducidas.
   Yo no daría ni para hacer arte con ellas.
   ¿Dónde estaba? ¿Dónde la vi a aquella de figura desgarbada, no muy mayor, eternamente blanca, otrora de pelo renegrido y luego desvestido en canas? Recuerdo esa imagen, pintando un redondel en cada cachete con el maquillaje. La ropa vieja, la cartera deslucida, saludando sin conocerte y repitiendo siempre esos mismos recorridos, a la misma hora de siempre.
   ¿Qué habrá sido de aquella de tono amarillo eléctrico, rodeada de un aire que incomodaba, erizaba la piel, la sensación de peligro con su presencia? Parada ante mí, esperando respondiera a sus incoherencias no terminaba de irse nunca y echarla sonaba a violencia casi segura.
   En Buenos Aires las exhiben en el centro y todos saben que están en venta, que se compran y que el comercio es fructífero. Lo que nadie sabe es cuándo se vuelven locas o por qué.

   La insania mental es así, un río que baja revuelto, aunque desde sus aguas originarias llegan cada tanto remolinos que podrían dar pistas al ojo atento.
   Sentado en un bar observo cómo una mujer habla sola en una mesa mirando un alter invisible, gesticula, sonríe y balbucea un mundo que no es. De a momentos alguna palabra de alegría me llega. Cerca, una mujer mayor de bastón la mira atenta, luego mira al mozo y cabecea, este le acerca un papel anotado.
   Sorbo un café amargo y el aroma no condice con el cuerpo, mientras medito la escena.
   Finalmente, del bar salen juntas las tres.
   El mundo que es sonríe. Pero no es de la loca, tampoco de la vieja, ni de la alegría.