"No era tan tarde pero estaba muy oscuro.
Yo sabía que esos techos eran Barracas y que en la arboleda ahí al fondo, en lo frondoso de esa mancha negra de la ciudad, guardaban la sin razón.
Desde la ventana de mi departamento yo era una luz más mirando los tinglados y las ventanas altas y antiguas de los conventillos. Talleres, galpones, lugares de trabajo y vida de familias y solitarios en un mismo predio hacían a la intimidad de laburantes, en mosaico de farolitos, alumbrando alguna mesa con vida al dente.
Entre las decenas de luces de esas pocas vidas y la arboleda grande del manicomio había sólo una calle de por medio y un murallón bien alto, y en la vereda los primeros árboles, grandes, anudados al suelo, enredando raíces y ramas entre ellos. Por alguna razón (nada parecía azar) el bosque estaba a mayor altura que la calle y la calle de a momentos se hundía todavía más en un barranco que separaba a la vegetación espesa, de un lado, de los edificios viejos, las vidas gastadas y las escenas de ausentes anudadas a una mesa, del otro. (...)"
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