En algunos casos la rosa de los vientos no es más que la rosa de las vías: el sol sale cuando me levanto mirando a Glew, el mediodía se despliega bajo tierra en el subterráneo D, y el atardecer es la última luz entre edificios viejos de las calles Mitre o Rivadavia. En el ocaso de Constitución la luna y venus alinean durmientes. Un gallo color noche rota en el final sobre mí.
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